Los factores productivos

La Economía clásica considera que los factores productivos, es decir, los ingredientes necesarios para “cocinar” cualquier producto, son tierra, trabajo y capital. Por tierra se debe entender no sólo la tierra agrícola sino también la tierra urbanizada, los recursos mineros, los recursos naturales y “el espacio” en general. Por capital se entiende el conjunto de recursos producidos  por la mano del hombre que se necesitan para fabricar bienes y servicios: los instrumentos, las instalaciones industriales o la infraestructura de transporte, por ejemplo. Conviene que esto quede claro ya que la palabra ‘capital’ se usa muchas veces de forma incorrecta para designar cualquier cantidad grande de dinero; el dinero sólo será capital cuando vaya a ser utilizado para producir bienes y servicios, en cuyo caso se llamará capital financiero; el dinero ahorrado o el que se vaya a utilizar para adquirir bienes de consumo no puede ser llamado capital. Por trabajo se entiende la actividad humana, tanto física como intelectual. En realidad toda actividad productiva realizada por un ser humano requiere siempre de algún esfuerzo físico y de conocimientos previos.

Esta clasificación de los factores productivos, este relato, esta forma de explicar de dónde procede “la riqueza de las naciones”, se correspondía biunívocamente con un análisis «sociológico» del sistema económico en tiempos de Adam Smith. En la Inglaterra del siglo XVIII había tres clases sociales claramente diferenciadas: la aristocracia, propietaria de la tierra, la burguesía, propietaria del capital, y los trabajadores. El discurso por tanto es la justificación de los ingresos de la aristocracia y de la burguesía como retribución de los factores que poseían y que dedicaban a la producción. Adam Smith respondía así a los fisiócratas que justificaban la dominación de la aristocracia francesa al afirmar que toda la riqueza procede de la tierra. Más tarde K. Marx desarrollará la teoría del valor-trabajo considerando al capital como “trabajo acumulado” y justificando así la legitimidad de la futura dominación del proletariado. Creían hablar de factores productivos pero estaban hablando de poder económico.

Como consecuencia de ese análisis, los economistas clásicos pensaban que para crecer económicamente, para producir más, era necesario y suficiente el aumento de la cantidad de factores disponibles, es decir, del trabajo y del capital. La tierra no podía aumentar de tamaño pero algunas naciones podían apropiarse de la tierra de otras. El crecimiento del producto sería por tanto consecuencia principalmente del aumento del trabajo y del capital. Pronto se observó que es también importante el aumento de la productividad de los factores, es decir, que con la misma cantidad de tierra, trabajo y capital la cantidad producida sea mayor. Ahora pensamos que el papel más importante en el crecimiento económico lo tienen los avances en el conocimiento científico y técnico que son los que aumentan la productividad. Podríamos por tanto añadir a esos tres factores productivos otros tres más: el capital humano, es decir, los conocimientos humanos que están incorporados al factor trabajo, la tecnología, que son conocimientos incorporados al capital y las técnicas de gestión y logística que son conocimientos sobre cómo organizar los recursos existentes. También podemos considerar que este nuevo discurso justifica el valor de los investigadores, la rentabilidad de las patentes y los sueldos y el poder de los altos ejecutivos. La expresión “capital humano”, que suena muy desagradable a los economistas de la izquierda, puede ser interpretada como justificación de la necesidad de aumentar ese capital invirtiendo en educación y en salud.